Hoy he empezado «Llamada perdida» de Gabriela Wiener. Frase tras frase, y por fin el capítulo de su llegada a Barcelona, la soledad, el extraño al que te habitúas y el conocido al que (te) extrañas de ver. Me ha apaciguado, levantado el telón de lo posible. Y me ha hecho llegar otra vez a la conclusión de que siempre tiene la culpa otro. Lecturas que no me atrapan porque no tienen nada que contar(me).
Gabriela ya me atrapó. Primero, fue ella, su persona, contestando al otro lado de la cámara. Su tono cortante y discordante cuando la llaman «joven escritora», su hablar repleto de cosas que decir en la entrevista «En Órbita». Después, fue su universo y su palabra. La descripción de sus complejos, ese antes que tú lo digas ya lo digo yo, ese mea culpa, ese «fea» dando vueltas a la belleza. Y escribí todo esto antes de llegar al relato de su propia muerte y de su hija Lena descubriendo lecturas precoces sobre otras muertes.
Otro libro que me mantendrá despierta en la noche. Aunque haya mucho interesante ahí fuera, yo quiero estar aquí dentro y sin dormir porque leo y estoy despierta. Y eso me permite salir al afuera con algo más de convicción.
Adivino más noches despierta entre el blanco y la escritura.
(Escrito el 10 de octubre de 2016)