*Título de uno de los relatos de Juantxu Bohigues en su recopilatorio Luna de sangre.
Alcalalí. Al encender el ordenador, lo primero que hago es buscar la palabra mágica en el mapa. Alcalalí. El campanario de una iglesia, calles vetustas, una mata de romero, unos campos sembrados, árboles en flor (almendros -los del turrón de Octavio-), agua y mucho verde. Casas blancas y casas de colores; campos, monte, árbol.
Alcalalí es el nombre del relato que he elegido de la recopilación de Juantxu Bohigues: Luna de Sangre. De mis dos preferidos, éste y La dama del agua resuenan en mi cabeza sus palabras mágicas. «Alcalalí». «Parangiricuratimicanaro».
Alcalalí como relato -intuyo- biográfico y como grito-homenaje al lugar materno, podría significarse en representación del resto de relatos, llevando la voz cantante: madre, rabia, amor-odio, venganza, desnudez, adolescencia, niñez, descubrimiento, estupor, entrepierna, tierra, tripas, rosamari, pascualita, marcial, vicent, naranjo, ruina, derrumbe.
Por las sombras y luces autobiográficas, por las coincidencias de lo vivido y soñado en una España profunda y misteriosa: tan cruel como ingenua, tan luminosa como cabrona en sus sombras y traiciones. Por las cartas robadas que no llegaron a destino, por el amor prohibido que un día… pero nunca más volverá a ser. Por la felicidad chamuscada, por la sensualidad del verano, por los aromas del romero y de las hierbas provenzales, por los paseos en adolescente procacidad y por las caderas que montan y las cinturas que se agarran. Sobre una moto: piedras y polvo. Por lo íntimo de lo vivido y de lo contado que forma parte de un imaginario perdido; y los campos y la brisa y los corrillos y las señales y los disimulos y los sonrojos, y los reojos.
Alcalalí! Y el amor se hizo carne. Alcalalí! Y la palabra se hizo piedra. Alcalalí! Y la infancia se hizo hombre.
La dama del agua
La dama del agua, donde Juan encarna en Assiri su amor por Lavapiés y por el Madrid castizo. Un bello relato con un bello comienzo. Por la sencillez con que te va llevando por las calles, por la frescura con la que describe las emociones. Por la palabra mágica.
Y, unas veces más rápido, otras más despacio, la lectura te lleva de la mano por los veranos de la adolescencia y por una niñez ingenua, precoz y desolada; por un Madrid castizo y plagado de lecturas, de tapas y portadas, páginas, cantos y lomos. Para seguir camino aparecen otros relatos como Un libro, descarnadamente honesto, y Las horas, donde se desgrana una rutina difícil de esquivar, marcada por las horas y la luz que las dibuja; Five corners, otro canto al Madrid de Chamberí y malasañero, con los ojos deslumbrados y enamorados de un valencià muy castizo que explica cómo se consigue el Sucarraet en otro de sus relatos que lleva por título el mismo nombre. Entre otros viajes.
La lectura de Luna de sangre es un recorrido por una biografía y por un territorio muy concretos, que se dejan oir y tocar, ver y oler. Y, cómo no, saborear. Un camino lleno de verano a punto de terminar y de flores de naranjo enterradas en las cunetas.
(Gracias, Juantxu.)