Hrabal es la niñez y la locura, un no contentarse con la asunción de la pérdida y transitar la búsqueda constante. Y es que la vida no se deja domesticar por más que nos empeñemos. La vida como ese bosque de Kersko donde se pierde, volviendo una y otra vez a los mismos lugares, los que hace suyos, y al que regresa después de los años para quedarse: él siempre vuelve, aunque quizá nunca se haya ido. Buscó en Praga y en los alrededores del Moldava, en el agua de aquellos ríos suyos, en los árboles, y en los desperdicios: pero es en él donde se encuentran los elementos y él los reproduce con sus gestos y manías y los declara sagrados en su(s) escritura(s).
Rodea, una vez y otra, los mismos temas, las mismas angustias, las obsesiones y dolores, los recuerdos, agolpados, se alimentan, y de recuerdo pasan a vivencia del presente, que elabora con cada frase y con cada golpear de la máquina. La máquina de escribir a la que se aferra, como a todas las otras máquinas que le fascinaron, y que protagonizaron su adoración por los oficios a las que iban ligadas. El tren, el cambio de agujas, el control del paso por las estaciones; la prensa de papel; su trabajo de obrero en una metalúrgica.
Leer a Hrabal es un reencuentro. Una locura que constata que estamos vivos, que la extrañeza de la vida y que la basura y las inmundicias pueden formar parte de la más bella obra de arte. Las palabras como manos que te recogen y como regazo que te sostiene. Como murmullo sordo que traen la existencia y la colocan delante de tus narices. Pipsi o el amor en unos pies. La soledad: un lugar con demasiado ruido. La niñez como sustituto de la vida. Un adulto que necesita estar en contacto con el agua y el sol, ebrio de vida, ebrio de tabernas y cerveza.
Trenes rigurosamente vigilados… el aperitivo: las estaciones de tren, el paso a la edad adulta; Tierno Bárbaro: un homenaje espléndido a su amigo, pintor y poeta Vladimir Boudnik; Una soledad demasiado ruidosa, de nuevo el deleite: una encendida profesión de amor a la literatura y al libro como objeto; Bodas en casa, el culmen: una especie de biografía novelada donde sus obsesiones, manías, reaparecen en estado de gracia. Clases de baile para mayores, aunque más reposado, atrapa y condensa al Hrabal más histriónico y parlanchín. Entre Una Soledad… y Bodas… leí la biografía de Mónica Zgustová (su traductora y biógrafa): Los frutos amargos del jardín de las delicias para acercarme aún más al universo hrabaliano desde otra mirada, aunque cercana, y que acaba siendo una mímesis deliciosa con el autor y el personaje y su forma de expresarse. Disfruté de la lectura, me la bebí, me mimeticé. Aún resuena la sonoridad de los nombres checos: calles, tabernas, ríos, caminos, bosques, amigos.
No sé decir qué ha cambiado en mí o si ha cambiado algo tras leer a Hrabal. Sí puedo decir que me ha proporcionado un gran disfrute: su tono, sus neuras y, sobre todo su espíritu conectado a la pulsión de vivir. Mientras escribo, rememoro, y voy entrando de nuevo en el universo Hrabal, primero de puntillas, y de golpe, estoy otra vez en la linde del río. Bienvenidos a la otra orilla.
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*Bohumil Hrabal, celebrado escritor checo que vivió en Praga momentos cruciales en la historia del siglo XX, que bebió las glorias del reconocimiento y el dolor y el miedo del olvido y la censura; que se acercó al caos y relató la extravagancia de lo cotidiano, lo absurdo, la inmundicia. Que conoció la floreciente vida cultural praguense, la invasión alemana durante la Segunda Guerra Mundial, la Guerra Fría, la Primavera de Praga, la ocupación rusa.
Mural de Táňa (Tatiana) Svatošová (1999). Fuente de la imagen: https://writelephant.com/2016/05/28/hrabal-medicine/
Un comentario en “La vida no se domestica. Carta de amor a Bohumil Hrabal*”