Me he comprometido a publicar mi declaración de intenciones, que va de felicidad clandestina , como el cuento de Clarice Lispector, y que pronto verán la luz (mi declaración y mi traducción del cuento) en un podcast que os compartiré.
Soy lo que soy porque, sencillamente, no puedo ser otra. Es decir, lo he sido. Lo he intentado. Me he dejado la piel en ello. Me equivoqué y, aun así, lo he vuelto a hacer mal. Porque he creído que emprender para ganar era un camino para mí. Y me doy cuenta de que emprender, sí, pero emprender el camino. Desde las tripas. Es el único camino para mí. Echarme a andar, sintiendo vértigo en los pies, porque esta vez soy yo la que marco mi camino. Tropezar, sudar, empaparme, equivocarme; yo, para mí, hacia mí y para ti.
Soy la que soy porque durante años no he podido serlo todo lo que hubiera querido. Soy lo que soy porque ya es hora. Porque es el momento, mi momento, ese que me he negado hasta ahora. Soy yo, soy quien soy, lo que soy. Soy yo, porque si no soy yo, otros querrán que sea ellos. Por eso, más que nunca, soy yo. Yo, soy.
Por qué me dedico a lo que me dedico. Porque es lo que mejor sé hacer. Y si no lo llego a hacer del todo bien, perfecto, sé que el sacrificio y el esfuerzo para hacerlo mejor serán menor sacrificio y menor esfuerzo cuando lo que hago, me nace. Me surge de dentro. Hago lo que hago porque he nacido para ello. Hablo, te cuento, escribo, me cuento. Yo soy y por eso te lo cuento.
Por qué he decidido ser lo que soy. Porque de pequeña me quedaba leyendo con la rendija de la luz del pasillo, porque mi vida se transforma(ba) en cuanto tengo un libro entre las manos. Esa «felicidad clandestina» de la que habla Clarice Lispector.*
Porque la palabra, un cuaderno y mi mano recorriéndolo, inspirada, son mi sentido de la vida. Son mi alimento. Y un libro. Un libro es un compañero maravilloso con el que paso ratos alucinantes. Aprendo, me río, me emociono, tengo ganas de más. De leer más, de escribir más.
Porque los libros, la palabra, me han dado un poder, un don (irrecusable): El poder de la palabra.
Al principio del día creía que no podía, ahora va llegando el final y ya voy creyendo otra vez que sí. No dejo de intentarlo cada día. Son muchos los que comienzo creyendo que no. No todos los que me voy a dormir creyendo que sí. (Aunque va en proceso de empate. Y empezará a salir más a menudo el sí al comienzo del día). Por eso, he llorado mucho con este post de Masha Mikhailova, me parecía leerme a mí misma y me ha venido esa sensación que tantos años arrastré del «por qué yo» y de todo lo que se me resistía en llegar y que ahora lucho por tener. Se me ha desatado un nudo.
Gracias a las personas que estáis en mi camino para, mutuamente, hacernos el recorrido más transitable y bello. Gracias, Masha, por tu artículo y tu honestidad en su escritura.
* Más sobre Clarice Lispector:
The New Yorker (Benjamin Moser)
The Telegraph
Un comentario en “Felicidad clandestina”