*Título del libro de Antonio Muñoz Molina
Conforme voy avanzando en el libro de Muñoz Molina me deja un gusto en la boca como de sed. Como de querer más. Pero ¿qué más puedo querer si habla del silencio y de la espera? Si se instala en un apartamento en Alcântara desde el que se ven los forjados de hierro rojo del 25 de abril. Adoquines y calzada portuguesa, varandas** desde la que divisar el río, el Tejo en todo su brillo de espejismo, donde empieza y acaba el mundo a punto de desmoronarse velado por una incertidumbre hecha de vapor y niebla.
Y del libro surge un rostro que te mira con ojos de perro, muy fijamente escruta tus pensamientos como si supiera que esta vez no los va a dejar escapar; quedarán fijados a la memoria y formarán parte de la realidad de ahí fuera, que es la que corresponde poner a rodar. Replicar la memoria en lo que aparenta ser un presente animal, espontáneo y rutinario: una pesada contradicción, loca y extravagante.
La escucha atenta del can, la memoria que reproduce los pasos crujiendo sobre la tarima.
Las similitudes obsesivas entre los espacios que nos acogen en el tiempo y en la memoria. Cómo juegan con nuestras percepciones de un entonces, cómo se hilan los recuerdos de forma caprichosa en nuestra mente.
¿Será que el tiempo existe fuera de nosotros, de nuestros cuerpos y nuestros procesos mentales, nuestras conexiones neuronales y nuestra niñez-juventud-vejez?
Los encuentros y los parecidos, replicar aquí lo que un día fue allí. La vida como un intento de reproducir la felicidad siguiendo patrones y formas que un día nos dieron algo de certidumbre y consuelo.
La memoria como un espacio de deseo. Como un almacén de despojos al que vamos a espigar recuerdos que nos puedan venir bien hoy para seguir viviendo e intentar ser la misma materia de lo que un día fuimos.
*balcones
👍
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