Aquí, con mi cuerpo, tanteando límites. Primera manga, primera camiseta ajustada, primer sujetador. Esto parece el paso de la adolescencia o algo así, una historia de paso a la madurez. Pero no. Esto va de la recuperación de mi hombro izquierdo. De cómo se me mete algo en la cabeza y, pumba, lo hago, y duele, pero ajusto, estiro, mido y, ¡hecho!
De cómo a las tres de la mañana me levanto para tomar un analgésico y de paso me quito el cabestrillo porque ni aguanto los riñones destapados, ni la camiseta ancha ni el velcro que me araña el cuello. De cómo las noches son para las metamorfosis y cómo me acuesto con un atuendo y me despierto con otro. De cómo duermo a trozos y sueño retazos de vidas en horas extrañas.
De mi primera ducha sola, de tocar las grapas, de ver la herida, de levantar el brazo con el otro brazo, de enviar órdenes que el brazo no acata. De sostener (me), de valerme, de parar y de mirar y de escuchar(me) el cuerpo.
De un brazo dolorido que aprende cada día un movimiento que puede hacer.
(Texto del 16 de septiembre)