Al despertar no se oía ni un ruido. Es un barrio silencioso. Estos días cada vez más. Los pájaros siguen ajenos y me hablan al pie de mi ventana. El ciruelo ha perdido todas las flores, contrasta su granate con los brotes de los otros árboles, en un verde casi fosforito.
He salido de casa. Envidio los balcones y las terrazas. Envidio a carlos que hace esculturas en su terraza. Aparte de leer y escribir, respirar profundo, estar en mí, bailar, también haré algo manual con lo que hay en casa: revistas, recortes, tijeras y pegamento.
Estoy en un trozo de hierba con la compra a un lado y escuchando a las cotorras su graznido. Los gorriones de mi ventana son más dulces.
El sol me da en la espalda, voy de negro y me llevo todos los rayos en mi cuerpo. Mirando un abeto y las margaritas en contraste con el verde. Llevo fruta, verdura, creo que aguantaré como poco hasta final de la próxima semana con los congelados que hay en casa. Ayer encargué a mi compañera de piso un termómetro. Sigo tosiendo, sin fiebre, hace años que no me sube la fiebre.
Ayer vi, uno detrás de otro, al menos diez capítulos de The Big Bang Theory. Me reí mucho. Cuido reirme, estar feliz, no tener miedo. Cuidar los afectos. Aunque sea por teléfono. He hecho un par de llamadas. Una conversación con una persona querida me relaja, me distrae, me la trae más cerca y me hace feliz. No he leído las noticias. Muy en diagonal, por si acaso. Ni las importantes, ni las oportunistas, ni las amenazantes, ni las sesudas, ni las amarillistas, ni las mentiras, ni las absurdas. De momento, sí leo los chistes. Me mantienen arriba.
Ahora me voy a casa, que va llegando gente con sus perros, y hay que dejar espacio a los otros.
Escucho de fondo una voz masculina dirigirse a alguien: «¿Qué pasa, guapa. Que no me vas a saludar?»
Huyo. Ya no estoy sola.
👍👍
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