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6 de junio de 2020
Durante el encierro he notado cómo mi cuerpo llevaba un ritmo, y ahí fuera, el ritmo se ralentizaba hasta quedar en un ritmo casi cero. Por mi ventana el silencio era tal en la noche que lograba escuchar sin esfuerzo el crujir en la arena de los pasos de un paseante de un perro, tanto los suyos como los del otro animal. Lograba escuchar el chirrido de las vías del metro y el frenado del tren, de día, a plena luz, sin ningún esfuerzo. Sólo con sacar la cabeza por la ventana. Esa era toda la actividad que reinaba en mi entorno. La actividad, y también el tiempo. El tiempo, para mí, ha corrido diferente. Cuando hago recuento de año, hablando con alguien , o yo en mi cabeza, me sorprendo diciendo «estos tres meses» como si solamente hubiera vivido de enero a marzo, mientras que lo vivido de marzo a junio, aun siendo el mismo lapso de tiempo, parece que haya sido mucho más largo. Aunque interior, doblemente interior, dentro de mí y dentro de mi casa, ha sido magnificado por las emociones y por la posibilidad de ser. Es como si ya no fuera yo la que tuviera que adaptarme a lo otro, sino que, de repente, lo otro se ha acabado adaptando a mí. Como si, ahí fuera, donde siempre están pasando cosas, donde siguen pasando, eso que llamamos mundo, donde sucede la vida: como si la vida sucediera en un ritmo más amable.
En este momento hablo de mí, claro, de mi experiencia y de mi cuerpo, de cómo mi cuerpo se ha permitido seguir con un descanso más orgánico, más natural, adaptado a sus necesidades, a las emocionales y mentales también. Ya sé que las situaciones son variadas y complejas, y que lo que yo pueda decir pueda no resonar e incluso contrariar lo que otros han vivido y sentido en este tiempo de enfermedad y locura. Los que han mantenido un ritmo frenético e insoportable y los que han continuado con sus vidas, sin más, cogiendo el tren para ir a trabajar, con mascarilla, guantes, y aprensión. Y los que han tenido que hacer cola, de la vergüenza, o del hambre, o de la aceptación de la necesidad. Las de la cajas de resistencia, con algunas he podido colaborar y quiero seguir haciéndolo.
Y los que no han despedido a sus familiares porque no han podido, los que han tenido que esperar días y días hasta tener el permiso para poder hacerlo. Los que aún siguen postrados, los que se fatigan al dar un paso, las que están cuidando, las que están limpiando y sosteniendo, los que están solos.
Lidiando en soledad
Para mí ha supuesto lidiar conmigo, una vez más, como cada día ya hago, pero con más ahínco con más intensidad, con más presencia en mí, y menos en el afuera. Con más presencia en mis sensaciones, en mi mente, que a veces se disparaba y, a veces, en lograr mantenerme en la distancia justa entre la ansiedad y la pérdida de norte. Una distancia que no existe, que no es exacta, nunca lo es, pero que sobrevuela siempre. He aprendido algo, quizá haya aprendido algo.
Hoy, hablando con una compañera, le decía: he tenido que saber encontrarme conmigo y que lidiar todo el tiempo con eso, con estar en mí, con sostenerme, he sacado los recursos de lo más profundo de mí, aquellos que ya he necesitado poner en movimiento en otros momentos duros de mi vida, en que las circunstancias han golpeado; y he tenido que seguir escuchando(me) y entender qué (me) pasa, que está pasando, qué es de fuera y qué es de dentro.
La música me ha permitido seguir, estar en mí, soportar el encierro y la incertidumbre, el vacío y la tristeza. La palabra escrita me ha permitido seguir, también, la que yo escribo, que me hace de bálsamo, y la que leo, que también lo hace, aunque lo que lea sea a veces como un puñetazo en las entrañas.
Los libros, las lecturas, la palabra
He conocido alguna librería nueva, como La libre del Barrio y he vuelto a alguna otra que ya conocía: Grant Librería. He leído textos que me han hecho reflexionar, como éste de Píkara Magazine: Muertas en vida ante la pandemia capitalista. En todo este tiempo, he recibido en casa a un Monstro, he leído a Teresa Wilms Montt en su encierro vital, el metafórico, y el físico, en la cárcel de un convento donde su familia decidió encerrarla, por alegre, inteligente, valiente y libertina. He releído algunos pasajes del encierro de Vàclav Havel en sus Cartas a Olga,. Terminé de leer Reina de Elizabeth Duval, y digo terminé porque lo leí casi del tirón hasta que Lyss Duval empezó sus devaneos sesudos con el lector. Entonces, tuve que parar un poco, entender, y continuar.
15 de agosto de 2020
Quizá haya aprendido algo durante el encierro, sí. Una fue la que empezó en marzo, aún con frío, asomándose al lado del sol, asomándose al lado del dolor. Otra es la que ha salido a finales del mes de mayo, después de tantas virtualidades, disparado el nivel de incertidumbre, con la conciencia de que hay que seguir, debemos seguir, pero no podemos estar solos. Solo lo colectivo nos salvará. La creación colectiva, la acción colectiva, la fuerza del colectivo.
Y sí, el mundo necesita más conciencia colectiva y, mientras tanto, nosotrxs, necesitamos más piel, más cuerpo, más abrazo.