.
Quiero ver cómo todo arde. Quiero gritar, ¡fuego!, extender la mano y prender la llama. Excavar con las uñas la arena bajo el asfalto. Los ríos ocultos. Meter las manos, el cuerpo todo, en ese agua, humedecer las pieles. Lanzar la piedra y escuchar cómo se quiebra el cristal estallando en mil pedazos. Escuchar todos los gritos.
Estoy buscando «La Gran Tarde», me ronda hace unos días la cabeza. En su lugar me aparece un libro rojo vino que dice en el lomo: «La mano de fuego» y que no sé como ha llegado a mi estantería. Me sirve para empezar. Lleva el fuego en el título. Lo saco: un poeta, catalán: pim, pam, pum, ¡fuego!
Aparece por fin el título que busco, es una cubierta incendiada, necesito leer dos de los relatos, el de Emilio Santiago y el de Jesús García. Necesito recuperar la Visión.
Comienzo con Emilio Santiago y su relato contiene lluvia arrasadora, me emociono, sigo leyendo.
La Gran Tarde como vision poética
La Gran Tarde será tormentosa. En el plano simbólico, pero también en el físico. Una tormenta de verano. Al principio inapreciable, apenas una intuición. Una bocanada, un rumor increíble en el aire y en el fondo de los ojos de la gente que viaja en el metro con la cabeza baja. Luego, de repente, el empobrecimiento de los colores, los truenos cabalgando el pecho descubierto de un cielo en colapso, el desplome súbito del muro de la tarde sobre el mundo, los relámpagos fusilando instantes en la memoria, como si alguna vez el rayo pudiera dejar de ocurrir en el pasado. Y el agua suicidándose contra el asfalto una vez y otra, sin terminar de morir, arañando la tierra de los parques para desenterrar los antiguos arroyos: es la ferocidad de una madre en busca de sus hijos sepultados.
La tromba también será humana. Un júbilo al unísono, un ataque de lucidez colectivo y contagioso, una fiesta sorpresa de millones. La rebelión como una reacción en cadena de amor agigantado, de ansia de océano fecundador de mundos. Y también de odio visceral a todo aquello que lo impida. Lo que el capitalismo ha reprimido, ha humillado y ha frustrado, volviéndose en su contra como un boomerang. El contrato social renegociándose en transparencia absoluta y sin letra pequeña: burgués, ya no esperaremos a que nos des la espalda para atacarte. Jefes crueles entrando en pánico. Los niños rompiendo los escaparates de las tiendas buscando las notas musicales de un gran instrumento místico. Los centros comerciales, piñatas del tamaño de ballenas varadas y abiertas en canal para derramar la sangre del Inca. Y poder chapotear sobre los valores de uso que nos prohibió la propiedad privada, como pisando las uvas de una vendimia infinita.
Y el amor al prójimo descarrilando. La familia será cualquiera. La caída de la venda nos descubrirá unos a otros como agentes secretos de una conspiración inmensa, cuya misión es aprender a prestar ayuda a quien lo necesite. Descorchados, generosos hasta reventar laa costuras de la piel, cantos rodando en una corriente que ningún cauce puede conducir. Y que pague la cuenta el Zar de todas las Rusias.
La rabia en galope y precisa. Arrojaremos la primera piedra, y la segunda, y las siguientes. 5.000 si hiciera falta. Para los que sentíamos la vida como un miembro fantasma siempre será legítima defensa. Y cualquier trozo de esta ciudad nauseabunda descubrirá su función más bella al convertirse en un proyectil apuntado contra la frente de Goliat.
Si ellos se atreven a tasar con sangre nuestra exigencia de una vida autocentrada en su propia plenitud, los potentados, los torturadores, los asesinos en serie vestidos de traje italiano, los traficantes de personas rendirán culto a un nuevo santoral. Cuado sean obligados a sobrevivir encerrados en reservas, dispersos, condenados, como ellos hicieron con los pueblos originarios: en las alcantarillas, en los cementerios de residuos nucleares, en los polígonos industriales fantasma.
(…)
Roto el guión que nos dictaba nuestro papel en el mundo de la mercancía, improvisarenos sobre un abismo sin red y sin alas pero sin miedo a caer.
(…)
Las hogueras purificadoras, para celebrar que existen cosas como las libélulas o la tectónica de placas o las cosquillas: alrededor de trozo del Estado en llamas. Y la dinamita como producto común de higiene urbanística.
(Emilio Santiago)
.
El siguiente relato. Un sueño. Poder popular. Porque la generosidad no es una metáfora.
.
Una visión de la Gran Tarde
Soñado la noche del 30 al 31 de diciembre del 2015. Se trata de un largo y complejo sueño, centrado en unas obras emprendidas por una especie de poder popular autodeclarado y compuesto por muchísimas personas en el barrio de Tetuán: la reconstrucción de la casa de la calle Ofelia Nieto (que fue demolida por el ayuntamiento tras una larga lucha vecinal). En efecto, gentes variopintas construimos una bellísima casa nueva en ese lugar, toda de madera muy oscura, en un ambiente de generosidad, solidaridad y compañerismo enormes. En lo alto de los techos -altísimos- unos grafiteros han realizado unas pinturas de muy bella factura y de colores luminosos, hermosísimos. En los descansos de los trabajos de acondicionamiento, todos y todas cocinamos y comemos juntos, leemos poemas en voz alta, cantamos canciones. En este contexto sucede esto: Aguirre ha sido decapitada a causa de sus desmanes políticos. Su cabeza es paseada por todo Madrid, entre el júbilo popular, en una especie de cabalgata de Reyes. Luego su cabeza es utilizada para hacer una especie de embutido de mojama, de color grisáceo, del que me ofrecen una lonchita.
(Jesús García Rodríguez)