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Todo se escribe desde la cocina.
Todo es incipiente. Detrás, el ligero movimiento, el mero impulso. Girar a un lado, girar al otro lado. La decisión que implica la caída de la hoja en este momento. El árbol que suelta, la gravedad que acierta, la tierra que acoge.
El movimiento de la piel al desprenderse, el chasquido, el vuelo de la hoja, es piel. Se desprende. Ahora la carne. La carne viva, la no-piel. La carne descubierta. La piel expuesta. El órgano hueco, la medida del cuerpo, el cuerpo, ahora, huérfano. A un lado la coraza, aún latiendo; las capas, una, otra, una, otra, una encima de la otra, ya no sirven, se arrugan, no recuerdan. No saben si, alguna vez, sirvieron. Para qué. El hígado, a un lado, repleto, descansa, rebosa, gotea.
Dejar que salga, destapar, no hay disimulo. La niña que salta cocodrilos, ve los cocodrilos, huele los cocodrilos, se restriega en la cara saliva de cocodrilo.
Llamo a mis ancestras. Responde mi abuelo. Goma arábiga, abrótano macho, son dos palabras que equivalen a decir: abuelo miguel. Abrótano macho, goma arábiga, son dos palabras que equivalen a decir: aún hay esperanza. Y mi abuela, el movimiento. Sus manos. Una cuchara removiendo dentro de una taza es la medida de la cordura.
Flor de caléndula, bálsamo de mi dolor.
Movimientos. Agarrar, así la cuchara, dar vueltas, remover. Una cuchara en una taza dando vueltas es la medida de la cordura. Bálsamo de mi dolor. No hay goma arábiga que pueda unir los extremos de la herida.