Hoy sería un buen día para escribir sobre nuestras ancestras. Aunque la palabra no exista en los cánones. Precisamente por eso. ¿Hace cuánto que hablamos de «ancestras» mis amigas y yo? Y… ¿por qué no existe una palabra tan rica, tan primordial en nuestro presente, que viene directa a traernos información sobre nuestro pasado? Allí, en el origen, está todo.
Hoy, día de la madre en algunos lugares. Yo, que siempre he sido hija. Y, siendo hija, o yendo a ser esa niña, recuerdo. Recuerdo mirar y tocar con devoción las manos de mi madre. Esos dedos perfectos de uñas largas, esas manos suaves. Quise tener unas manos así de mayor. Se parecen. Pienso ahora en los nudillos torcidos. Recuerdo también cuando mi madre me dejaba planchar algún paño. Sentir el tacto de la tela de algodón bajo la plancha, y el olor a tela caliente, el vapor, y ese ritual del que ya casi nunca he vuelto a disfrutar. Hace mucho que dejé de planchar la ropa. No tengo ni oficina ni marido ni religión que así me lo exijan. Recuerdo también ir juntas a clases de cerámica. Todo señoras, y yo. Y otra niña, a veces, que quizá, hoy, ya sea madre.
Ser madre
Ese tema que cumplidos los 40 empieza a apretar y a volarte la cabeza. Las hormonas terminan por acorralarte. La presión social y la presión hacia una misma que de ahí se alimenta te amenazan cada día. Amenazan con trastornarte. Y entonces juegas a la última carta. Y tragas lo que sea con tal de no quedarte «sola». Y parece que lo intentes todo. Ves pasar las oportunidades como espigas volando en agosto, como molinillos de viento. Todo en el aire, etéreo, no hay quien lo atrape. En realidad no es lo que tú quisiste. No era lo que tú querías. Pero tu biología te aprieta, te arrincona, te tensa. Miras alrededor, donde solo ves matrimonios perfectos, familias, parejas bien avenidas, descendencia. Quizá tu descendencia deba ser otra, te dices. Quizá hayas venido aquí a hacer otra cosa, y eso, tú, hace mucho ya que lo intuías. Desde muy temprano lo supiste.
Ahora, cuando yo misma me asombro viendo que me acerco más a los 50 que a los 40, los tiempos son otros. Ya no hay prisa. Habiendo temido envejecer irreversiblemente durante el encierro, me veo con todo el tiempo del mundo. Para celebrar los vínculos, establecer alianzas, generar el espacio que dé lugar al proceso, que es lo que enriquece, y transitar el camino.
Y aunque a veces la piel grita, ahora siento que: el tiempo está a mi favor.