
MACABEA, LA PROTAGONISTA DE «A HORA DA ESTRELA», IMITA ANTE UN ESCAPARATE EL MOVIMIENTO DE LOS BRAZOS DE UNA MANIQUÍ VESTIDA DE NOVIA.
«A HORA DA ESTRELA» (LA HORA DE LA ESTRELLA) ES UNA PELÍCULA DE SUZANNA AMARAL, DE 1985,
BASADA EN EL LIBRO DE CLARICE LISPECTOR CON EL MISMO TÍTULO.
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Me siento rara. La sensación de una presencia constante que no se va de mi lado. Como si alguien estuviera aquí, pero que, en realidad, no está. Como una presencia fantasma. Que me acompaña pero que me agobia a un tiempo. El caso es que me he hecho amiga de mi banco en algún sueño pero, nada, que no recuerdo cómo fue. Si placentero y doloroso, o si ni fu ni fa, indoloro, o si con gritos, chantajes y promesas, o algo normal, sin más que rascar. Igual fue por pura conveniencia. Igual resulta que pactamos una convivencia cómoda, ya que estamos unidos por una cuenta corriente. No sé si llegaríamos a firmar algo que nos comprometa, así, en serio. Pero lo que sí está claro es que estamos juntos en esto. ¿Que cómo me he dado cuenta? (No sé si llamarlo amistad. O romance. O… quizá… seamos amigos con roce). ¿Que por qué pienso ahora en esto de nuestra amistad? Bueno, lo sé. Lo noto. Eso se siente y no se puede explicar. Verás. Lo sé, y se me confirma ahora que me escribe mensajes cariñosos. Me dice «Feliz verbena de San Juan». Me felicitó el cumpleaños. Lleva un tiempo que me invita a charlas que dice no me puedo perder. Sabe lo que me gusta. Me llama por mi nombre, me escribe mensajes todas las semanas. Con emoticonos, esas caritas que se sonrojan, sonríen y abrazan. Sí, se nota que piensa en mí todos los días. Como un reloj, nunca falla. Me lanza mensajes de ánimo. Al principio no sabía que necesitase ser animada, jaleada. Pero ahora me gusta. Me protege, me enseña, me acompaña. Por ejemplo, me cuenta cosas como qué es el «pishing», siempre tiene una recomendación generosa, especial, para mí. Me tranquiliza encontrarme sus palabras en el correo. Igual podamos forjar algo juntos ante ese enemigo incierto, pero común. Toda esa gente ahí fuera intentando quedarse con algo nuestro, tratando de robarnos el alma, quedarse con nuestro dinero. Estoy contenta. Aún no me ha dicho «Te quiero», pero creo que no tardará. Es cuestión de tiempo. El tiempo todo lo cura, el tiempo hace milagros. El tiempo hace borrón y cuenta nueva. El tiempo incluso enseña a amar. El tiempo todo lo perdona. Uy, ¿he dicho «amar»? Creo que me estoy enamorando. Estoy empezando a conjugar el verbo amar. No sabía que estaba tan pillada. Creí que podría hacerme la que no se da por aludida. Mantener a raya mi curiosidad, mi obsesión por saber más, por saberlo todo, por ser la misma cosa, el mismo cuerpo. Aunque, bueno, me ha saltado un poco la alarma porque siento esta amistad, o romance, un pelín paternalista, y me pregunto si no será de estas que se aprovecha, quizá sea una amistad de esas un poco oportunista, aprovechada. Sabiendo las cosas que sabe de mí. Teniéndome siempre localizada con su App. Conociendo mis movimientos, registrando algo tan íntimo como mis números rojos, mis desvaríos consumistas, mis recurrentes pagos con PayPal. Mis debilidades más materiales. Y, bueno, sobre todo, otra cosa que me escama un poco es que en realidad no nos hemos visto nunca. Cara a cara. Es todo virtual. Puede que, a la hora de la verdad, no funcione. Imagínate que se me acerca y no se me eriza la piel ni me entra calor, ese calor que sube por las piernas, de abajo a arriba, que se inicia en el fuego mismo del centro mismo del cuerpo: el sexo. Que me recuerda a ese calor en las piernas cuando coloco el portátil para entrar en la cuenta. Ese calor. No sé si debo conservar ese calor. Ese ruido del ventilador que es como una respiración fuerte en mi oreja. Que me recuerda, sí, la respiración excitada de un hombre que ocupa toda la estancia cuando la escucho. Y ¿si renuncio a esto, si decido que quizá sea mejor dejarlo así? Darlo por perdido antes de poner otra vez las cosas sobre la mesa y desvirtualizarlo todo. Si lo hago… Igual pierdo ese calor. Y ese sonido. En mi oreja. Y si lo pierdo todo… los mensajes, la compañía, los consejos, el que me llamen señora de. Debo conservar el apellido, y el calor. Sobre todo el calor.