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La mujer abolida, de Vicente Gutiérrez Escudero. El Desvelo Ediciones, 2017.
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«Las vigilantes de los océanos
acarician el techo de cristal,
buscan el hilo de las estrellas que desaparecen.»
(…)
«Ella lava las estrellas y los horizontes,
renueva cada mañana las llamas del sol,
revela los colores de las sirenas ocultas en el aire
y se adentra en el mar para fluir».
(…)
Fluidas, dúctiles y aéreas
La amante abolida
Vicente Gutiérrez Escudero
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La noche que me leí del tirón casi todas las páginas de La mujer abolida, de Vicente Gutiérrez Escudero, esa noche, soñé. Esa noche soñé una amalgama de capas de vida superpuestas. Soñé con un ex.novio de los 15 y con sus padres, pero ya teníamos más de 40. Soñé con (no) hacer el amor, soñé con un ¿amor? aburrido de sofá, con una madre-de-ex.novio que me regalaba diminutas figuras de cristal. Como pequeños pájaros congelados, transparentes, blancos y azules, como esos bichos invertebrados, transparentes, de columna e intestinos impúdicos. Tintineantes figuritas de cristal. Las sostenía en la mano, mirando cómo se transparentaba la carne en lo cóncavo y me preguntaba, ¿Cómo sabe que las colecciono? ¿Sabrá que las cojo de la basura o del suelo, cuando ya nadie las quiere?».
La noche que me leí del tirón casi todas las páginas de La mujer abolida, esa noche soñé. Esa noche soñé y no me desperté a la hora. Confundiendo sueño y vigilia. Esa noche-mañana seguía sumergida en el sopor, en la vida otra, colocando en la palma de mi mano derecha unas figuritas de cristal y preguntándome cómo podía haber caído en eso otra vez. Reviviendo la sensación de un amor agónico de absurdos presentes, amor por repetición, amor-por-repetición. Por repetición y sin sobresaltos, donde lo esperado resurge una y otra vez, una y otra vez, en una ausencia constante de imaginación. Donde el deseo muere, las preguntas callan y la sumisión y resignación permanecen, en la cercenadura social de la celebración carnal del deseo.
La lectura de La mujer abolida, aparte de un sueño agónico de sofá, que juzgo ya exorcizado, me ha traído de vuelta al hoy. En comparación con el hace cuatro años, en comparación con el hace… ¿treinta años? Y es que precisamente hace cerca de cuatro años que este libro fue presentado en Madrid. De dicha presentación tenía grabadas las imágenes tetudas de la proyección, junto con un sentimiento de rechazo. Instalada en la negación y la repugnancia de lo que ya somos, de lo que podemos llegar a ser. Si aquel día de 2017 me sentí ya manoseada, traspasada, penetrada, vapuleada, asqueada, lo suficientemente como para no querer más de eso que allí se me mostraba, hoy, en 2021, sin embargo: me sorprendo.
Reconociéndome: carne al peso sobre mármol
Me sorprendo reconociéndome en las páginas del libro, protagonista y secundaria, víctima y verdugo. Reconociéndome en los pedazos de carne al peso en el expositor, en el mostrador de mármol, en la cámara donde se guardan los cadáveres. Me reconozco en los vapores del sueño y en la desidia, en los amantes sucesivos, en la repetición, en el antiguo deseo de encarnar a esa mujer fatal, en la sorpresa de reconocer que ya lo hice, la encarné. Ya fui carne. Me reconozco y deseo profundizar en qué es lo que ahora me hace sentirme tan cerca de este libro, fuertemente erótico, fuertemente visceral, violento, despojado, fuertemente político. Y en su impúdica muestra de la crueldad, fuertemente bello. Belleza lacerante, y peligrosa, la de ese amor que duele.
Reconociéndome, siento que puedo estar en ese lado masculino del amor, siento que sí, he estado en ese lado, y, sin embargo, siento fuertemente mi condición femenina de mujer, y todos los mandatos sobre mí; y los conceptos casposos que nos diferencian y nos quieren diferenciar más y más, delante de mí, nada sólidos. Estamos mucho más cerca de lo que nos creemos. ¿Me siento identificada, como parte intercambiable, con el yo que escribe? Intercambiable, quiero decir, cuando la estructura se compone de dos, los dos géneros pretendidamente opuestos, inmóviles y estancos: hombre y mujer.
¿Puedo yo estar realmente a ese otro lado del ser mujer? ¿Tengo delirios de víctima o delirios de verdugo? Yo, con mis sentimientos, emociones, pensamientos… ¿podría acaso hipotéticamente ser un hombre? Y, a todo esto, el género como excusa para mejor ejercer la opresión no me interesa, así, pues, adopto la frase que saca toda conversación a un punto final cuando ya ha llegado a punto muerto: el género no existe. Pero ahora no me sirve en esta conversación que mantengo conmigo misma. Me identifico con el género «femenino», y me identifico con la defensa de los cuerpos de las mujeres, sean estas quienes sean y vengan de donde vengan y hayan nacido donde y como hayan nacido. Aparece ahora este libro y siento complicidad al estar comprendiendo en casi todo momento al yo masculino. Aun repeliéndome, doliéndome las más incisivas, y causándome algún regocijo otras… el hecho de ver ahí reflejada tanta crueldad absurda, sufrimiento, pasión y delirio, como una especie de «Día de la marmota» amoroso: comprendo en mis carnes las situaciones que allí se relatan. Quizá por haber formado tanto tiempo parte de ellas. Esas estructuras del pretendido amor romántico «y para siempre» que nos anclan a las dos partes, sea cual sea el género o la orientación sexual, a «pasar por aros» que ya luego lamentamos. Desde la entraña, aún, subyace un lugar teórico.
Esa agresión de necesitarse. No es un libro inocente.
Me lleva al mismo punto. No es un libro inocente. No es un libro desde el cual se pueda disimular o confundir una posición. Es un libro que toma posición y que no lo oculta. Mira de frente. Mira de frente y toma posición junto al erotismo, el deseo, la mitología del amor verdadero, frente al que no lo es, el amor carnal frente al amor convencional, la potencia del deseo erótico frente a la potencia del dinero y el capital, o en connivencia con este. Contra la programación social robótica para un amor que ya nace desvencijado; en la advertencia del fin del deseo, del cinismo a pecho descubierto; encarando la denuncia de lo preciso de una nueva lucha, de la necesidad de construir ¡ya! con urgencia: a partir del deseo. La honestidad del relato desde un yo masculino en que se toman pedazos de carne de la amada para construir con ellos otros paisajes. Y sin apenas pudor. En los que está presente, junto a la llama del amor: el hielo.
Y me digo, cómo puede haber pasado tanto tiempo este libro, de lectura para mí reveladora, en una estantería de Eleutheria, pudiendo haber estado a los pies de mi cama, en mis manos, o sobre mis piernas, como ahora cuando lo estoy leyendo.
Y, entonces, vuelvo a sus páginas y releo:
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ACAECER CUERPO
(…)
De ese modo, incapaces de amor,
…….condenados al ostracismo anti-carnal
…….nos exiliamos en puticlubes y discotecas,
en speed-datings y pubs liberales
o en individualidades desperdigadas
…….expulsadas
…….exfiltradas,
…….segregadas de sí mismas.
Os digo dónde están: en el sofá,
arrinconadas en el trastero,
en el jacuzzi del hotel de lujo,
en la piscina de aquel crucero por el Nilo
o en el último trozo de pizza
…….que acabamos tirando a la basura,
Acaecer-cuerpo es también
no ceder a la extorsión de las acciones éticas
pues toda disciplina
que media entre los cuerpos se ha etizado;
…….siempre, al mirar a los ojos cerrados de la amada
…….uno descubre que ha sido programado
…….para la activación caritativa;
…….un compromiso ético egoísta
…….…….exclusivo
………….y personal
que precede toda sexualidad
se activa ante la esposa
…….ante la novia
…….ante la amante.
La manera en que llegamos
por ejemplo
a palparnos
cuando acaricio tu espalda;
esta, a su vez, me toca
de modo que la percibo como una presión
que hace distraerme del resto
de los participantes de la orgía,
…….pues en toda privacidad
…….el devenir político que somos
…….se advierte desterrado de los cuerpos.
Lo suplanta
una argamasa moral
…….que encubre e infantiliza,
una ética de proximidad
…….en la que nadie se hace cargo de nadie
…….y que nos hace desvincularnos los unos de los otros
puesto que se ama
para ampararse
en otro.
Siempre
en el amor
…….un cuento de hadas
…….bien narrado
siempre
…….esa angustia por hacerse depender del otro,
…….esa agresión de necesitarse,
esa empatía auxiliadora
…….que oscila entre la admiración y la pena,
siempre
esa voluntad e intervención,
de corregir
…….puesto que los valores éticos
…….siempre
…….remiten a códigos normativos
…….puesto que en la cama
…….cuando nos colocamos a su lado para amarla,
…….en el fondo,
…….la estamos ayudando
…….y, ella, a su vez nos compadece y ayuda,
…….y nos ama
…….por encima de todo.
Y así
una ética
sustentada en la exclusividad
y en el favoritismo
toma cuerpo.
(…)
Misteriosa y redonda, como luna y noche
Una semana antes de empezar a leer el libro, antes de recogerlo, encontré por las redes el vídeo de la presentación, y quise rememorarla y ver si, tal vez, podía encontrar alguna pista. Así que lo vi y lo escuché entero, atentamente. Hablaba Esther Ramón de cómo le había resultado de difícil digestión su lectura, por lo que tuvo que ir aplazando la escritura del prólogo. Y me asombro porque me reconozco por aquel entonces llena de pudores, los mismos que me impidieron ir a sus páginas. Recuerdo que aquel día me impactó la imagen proyectada de la mujer abolida dibujada por Leticia Vera, que aún me impacta. Es negra y cálida, misteriosa y redonda, como puedan serlo una luna y una noche juntas.
Exclamaciones, dolor, asombro, reconocimiento, risa, regocijo. Posibles caminos de vuelta a algunos pasajes. Reverbera en mí su lectura, mente y estómago rebosantes de imágenes, ahítos de información. Hay que dejar reposar este libro al menos una noche. Para volver con ganas a la mujer de agua, a la mujer de hielo, a la mujer de lluvia. Viento, fuego. Invisible, amante efímera, ¿amada ilusoria? Mujer abolida, mujer-objeto, orgía efímera. Desencanto, vapor del sueño, bruma y deseo. Apariencias y condiciones; el enamorado sucesivo, las pestañas postizas y el tarzán-de-la-selva en pleno alarido. La lucha fundacional, la búsqueda, el delirio, el cuerpo, el deseo feroz, y la esperanza. Volver a un espacio como el del camarote de los Hermanos Marx, al que van llegando invitados, como enamorados sucesivos, que no saben ya cómo salir, o quizá es que en realidad no quieran escapar de allí, y prefieran aquel roce, aquella promiscuidad asfixiante, la confusión. Aquellas mujeres todas que surgen de repente y trepan la piel y miran por encima de los cuerpos.
El camarote de los amantes
Y, siguiendo el hilo de los enamorados sucesivos y de las exnovias que continúan vivas… Recuerdo la expresión de un deseo de Berta García Faet en La edad de merecer (La Bella Varsovia): algún día, reunir a todos sus amantes en una misma habitación, donde, quizá, pueda recordar a algunos aún por su nombre. Pero habría sido capaz de reunirlos a todos porque , de una u otra forma, los recordaba físicamente, o, al menos sus rostros, y, una vez allí, seguramente, sus cuerpos. Los cuerpos presentes, aún vivos, dormidos o despiertos, de La mujer abolida, ¿Se recuerdan los unos a los otros? ¿Se atraen magnéticamente? ¿Se repelen alguna vez? ¿Se dicen la verdad? ¿Hay verdad en los cuerpos? Y el pensamiento del camarote de los amantes de Berta García Faet me lleva, saltando, a un recuerdo. Confusión, hoy cómica y reveladora, que asaltaba a la que yo era con 10 años. Comenzaba a ser consciente de la muerte y su existencia me obsesionaba. Intentando abarcar ese concepto abstracto, que se había concretado en la muerte de mis abuelos, luchaba contra la asimilación de la finitud. Y, entre tanto, llegaba a mis oídos un dogma que aseguraba la existencia de un más allá en el que todos nos reuniríamos algún día. En este punto, mi existencial duda pasaba por preguntarme cuál de entre todos los chicos que me gustaban, y de los sucesivos, sería mi novio oficial, el de verdad, en ese más allá.
«Una nueva micropolítica del deseo»
Como un exorcismo, así es como se puede leer este libro, descendiendo a los lodos: «Enlodarnos, beber del charco.» » Asumiendo colectivamente el riesgo de morir/ atreviéndonos a fornicar en la cornisa/ hacernos a la mar/hacernos el amor en el incendio». Y plantar cara a la devastación, al asco, al vómito, al cuerpo despedazado, para reconstruirlo y poseerlo de nuevo. El cuerpo, desposeído, el imaginario, iluminado, aunque sea, por el momento, en las brumas del sueño. Porque una lectura que ya ha comenzado es una travesía que nunca termina, o así al menos el poso que la palabra deja, introduciéndose en nuestros sueños y alterando la percepción de la vigilia, si es que acaso podemos ya diferenciar entre la bruma del sueño y la niebla de la vigilia. Como un exorcismo tras el cual la mano sale de la herida y de la entraña, teñida en sangre, y solo en el momento de beber la sangre que se nos derrama por el cuerpo, ese desangrarnos y alimentarnos de nuestro propio fluido nos reconcilia con lo que somos, lo que podemos llegar a ser. Un ritual de despedazamiento que, paradójicamente, puede servir para recoger los restos del naufragio, y encontrar en el barro la pasta que une los trozos y el material salado que nos reconstruye.
«Hacer del cuerpo la orgía combatiente que era en nuestra infancia».
Urge volver a la fuente del deseo. Urge volver a la sed.
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Es urgente
amar como quien se suicida,
incendiarse en la materia incomprensible de otros cuerpos,
dignificarse en la vulnerable materia de los cuerpos,
reconquistar las fraternales,
……frágiles,
……minúsculas caricias
de los cuerpos
en que se funda la esperanza de otro mundo.
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ACAECER-CUERPO
Un comentario en “«La mujer abolida»: Urge volver a la sed”