
13 de septiembre.
Esta iglesia, dedicada a María Salomé, aparece entre las calles y sobre las piedras. Esa puerta verde. Que lleva un poco de mar y un poco de hierba, ¿Trae cielo, esta puerta? Y se me viene a la cabeza el título de un poema, «Acaecer cuerpo», y eso es, acaeciendo cuerpo, resistiendo la estación. Recuperando el cotidiano y el espacio propio, en esa palabra que ahora me gusta y hasta me calma: rutina. Cotidiano. Día a día.
Quiero verano todo el año. De ilusión y tiempos muertos, cuerpos tendidos, sol que calienta el alma. Ovejas y pastos, caminos, tierra seca, paisajes quietos, paisajes veloces desde el propio movimiento. Paseos, edificios monumentales, ciudad granítica. Gaviotas y un gallo. Tomateras. Camelios. Alamedas. Horizontes, atlántico. Blanco en las paredes, olor a salitre, humedad en los muros. Desconchamientos.
Capas, la vida está hecha de capas.
Ayer llovió, y sentí el cuerpo de otoño, arrebujado; nostalgia de lecturas, de sofá. Reconociendo el deslumbramiento del verano para entrar en lo tenue del otoño. Dorado. Calentito. La ventana está abierta para que entre en la casa un poco de calle. Afuera está nublado. Dentro y fuera, ¿son solo conceptos?
Cierro la ventana. Maúlla la gata. El aire se templa.