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Enero 2023 en el barrio de Graça, Lisboa. Imagen: R. S. G.
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Ha llegado 2023, que es ya ventitrés años pasado el 2000-odisea-del-espacio que parecía tan lejos hacia delante, y ahora se ha quedado tan lejano hacia atrás. Y a tres años del Filomena, y a tres años del encierro, y de los paseos escuchando a Anna Stereopoulo, y del quilómetro y medio, de las gafas de sol a lo Sofía Loren, como parapeto para la compra y… Y el tiempo se acumula. Hay algo familiar que viene y me pesa y es que escribo poco, peleo mucho y siento que el tiempo se me escapa y es como si un tren recorriera mi cuerpo perdiéndose en todos los recovecos. Y mi mente-pájaro, mi mente-gato, recorren cada grieta, cada hendidura y se pierden sin alcanzar a dar el rodeo que los salva, esa visión que está ahí, al alcance de la mano con tan solo elevar un poco el vuelo y se dibuja un recorrido, con sus fugas y sus atajos.
Fugas, atajos, escondites. La vida ¿de qué va?
¿De caminos? ¿Atajos? ¿De fugas? ¿Jugar al escondite?
De subir a los altos a contemplar el paisaje. De caminar, caminar, caminar. De observar el reflejo, del sol. De jirones de colores. De recuentos. De cálculos y miradas de reojo. De copas de vino y de suelas de zapato.
De volver a una y entrar en foco, de recuperar el orden de antes de: la fiesta, el bicho, la mascarilla, el sindicato, la gata, el teletrabajo, las navidades, los regalos, el dinero, la ansiedad, las culpas, las cenas de tu-jersey-es-como-un-espumillón, el azúcar en su círculo arriba-abajo-arriba.
Como si solo tener llenara algo más que los armarios.
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Volver al ser, en una, hacia dentro.