
Imagen: Aftersun, IMDB.
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Con la mente llena de verano, de primeros besos, de un padre ausente que ahora duerme en la cama de al lado, que te unta crema por todo el cuerpo como forma de protegerte. Frente al sol excesivo de la vida. Frente la demasiada luz. Frente al deslumbramiento por exceso de verano.
Reivindico el verano en nuestras vidas. Cuando nos reencontramos con ese otro yo que mora en nuestras profundidades, bajo la piel de invierno, y que se destapa y sube a superficie. Ese descontraer el cuerpo, el músculo, la piel.
Los relatos de paso a la madurez, volviendo a Aftersun, el film que nos ocupa. La pulsera amarilla que todo lo concede. El verano y sus diferencias. Por edades, por capacidades económicas, por posibilidades de convivencia y margen de movimiento. El verano y sus confluencias. El hotel en una ciudad no europea que todo lo iguala. Que a todos concede la posibilidad de ser. De ser turista, de ser servido, de ser conducido por un recepcionista hasta nuestra habitación. A otros pocos, de ser, y tener.
El verano como catalizador de emociones estivales. El agua como el líquido amniótico en el que nacemos, del que salimos y entramos como en un bautizo perenne, que nos renueva en cada baño, que nos hace olvidar quiénes somos, quiénes éramos antes de llegar, quiénes fuimos bajo la capa de piel que ahora renovamos. Quién seremos, después, tras el final del verano y en quién nos convertiremos, más adelante, cuando termine ese verano simbólico que es la adolescencia, cuando ya no haya más remedio que crecer. En qué ser adulto nos convertiremos. En cada paso hacia dentro de nosotros mismos, en cada paso hacia la claridad y transparencia del cloro. Qué huellas dejará en nosotras el sol. Qué rastros dejará la crema.
Y mientras tanto, el adulto. El que se hace cargo. El que hace «movimientos ninja» mientras intenta encontrar la calma en un momento concreto y difícil de su vida. Con libros de meditación en la mesilla.
La película es tierna. La historia es íntima. En realidad, no pasa nada, mientras va pasando todo. Mientras una persona crece como crece la marea por la noche. Mientras una niña espía cómo es irse haciendo mayor. Mientras escucha accidentalmente en el baño, o mientras se acerca a los que ya beben cerveza y juegan al billar entre ellos, sin un adulto de por medio.
La importancia del cuerpo, que se muestra relevante en algunos momentos de novedosa preocupación, de soleada sensualidad. De un vestido, de una trenza de verano adornando la melena.
Y la cámara en mano, siempre, con pixelados analógicos de color pastel, que es el color de la relación entre Calum y su hija, Sophie. Una relación dulce y cómplice. Con mucho aire, mucha piel, mucho tiempo para conversar, mucho verano por delante, aunque las clases estén a punto de comenzar. A la vuelta de la esquina ya no quedarán ni piscina ni arena de playa ni recepcionista de hotel. Quedarán los recuerdos, quedará la película que los inmortaliza, quedarán la sensaciones en el cuerpo y el rastro en la piel de lo que quema. El olor de la crema: el recuerdo. Lo nutritivo del cuidado paterno para calmar el exceso de sol. El vacío. El amor.
Aftersun, 2022.
Metraje: 1h 42 minutos.
Dirigida por Charlote Wells.
Guion: Charlote Wells.
Protagonizada por: Paul Mescal, Frankie Corio.
Idioma original: Inglés.
Personajes, reparto
Calum Aaron Patterson: Paul Mescal.
Sophie Lesley Patterson: Frankie Corio.
Toby: Harry Perdios.
Sophie adulta: Celia Rowlson-Hall.