Como una dulzura*

*Carta de agradecimiento a Sabina Urraca y a su libro Las niñas prodigio.

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Desde Enyd Blyton a Patricia Highsmith… Almudena Grandes, Ana María Matute… hasta llegar a Sabina Urraca. A todas las escribí cartas que nunca envié. A Sabina Urraca la escribo ahora, torpemente, una pequeñísima carta de agradecimiento.

Yo por aquel entonces lloraba e imaginaba cartas a la autora y a veces las escribía cuando llegaba a un final y no lo comprendía o cuando me daba tanta pena quedarme sin los personajes o las historias. Incluso pedía explicaciones, solicitaba el «¿Pero qué pasa después? ¡Tú que lo sabes, sácame de esta incertidumbre desesperada!». «Sigue escribiendo!» Creo que nunca llegué a echar las cartas. Nunca lo hice, reclamar más alimento. Y, ahora, entre otras cosas, creo que por ese motivo escribo, para tener mis propias historias, empezarlas, acabarlas, explicarme, enmarañarme, sin pedir cuentas a nadie.

Tu libro me supuso una bella maraña. Lo leí del tirón, lo asimilé con mezcla de subidón y melancolía. Ahora me entiendo un poco más, a ratos, otros me entiendo menos cada vez. Pero Las niñas prodigio ha sido como una dulzura, precediendo su lectura tu historia de su escenario alpujarreño. Lo he dejado por ahí escondido, quiero volver a su mundo pero no me atrevo del todo. Fue como una explosión de vida. No pregunté si había más porque me dio miedo que lo hubiera, porque el pecho me estallaba y algo dentro me decía que eso era lo que a mí me bullía dentro, que aunque las historias no eran idénticas, la materia con las que estaban hechas eran sacadas de la misma tierra. Como si fueran hermanas. Como si arrancaras una col y la dejaras congelada y de repente saliera y se fuera derritiendo con los primeros rayos de luz. Como si esa col fuera yo, como si de repente estuviera otra vez fuera, derritiéndome bajo el sol, respirando.

Las Apujarras de la novela y Las Alpujarras donde se va fraguando. Y Las Alpujarras a las que tantas veces he viajado desde las hojas de algunos libros. Otra vez. Volvía a esas cumbres, a esos vados y esos ríos de lodo, a esa noches con sonidos aterradores y niños descalzos. A los perros perdidos, salvajes, a la naturaleza desmelenada, a la vida que se va desparramando como hilillos del agua que se filtra entre la hierba.

La niñez, abriéndose paso hacia el mundo adulto, queriendo llegar ¡ya!, no pudiendo esperar más, errando, llorando, moqueando y golpeando la frente sobre el muro, viendo salir la sangre, queriendo beber de esa sangre, el tributo que se paga por crecer y saber, al fin, de dónde viene ese gesto fruncido, ese dolor, ese color amarillo de bilis, esas miradas, ese disimule, esa enfermedad, ese saberlo (casi) todo. Avanzar a tientas, mientras tanto, queriendo escucharlo todo, saberlo todo, intuirlo todo, conquistarlo todo, haber llegado, llegar, saber que llegas, que estás. Cuando nada crees saber y cuando tu lugar es como un asiento de pinchos, y no ves las flores. El mundo se mueve y solo puedes intuir levemente hacia dónde va o de dónde parte ese crujir de la rueda.

El silencio. Después de todo el estruendo, el silencio. Un papel, el único lugar donde ser, donde estar y quedarme, sintiendo el bálsamo de las palabras que salen y acarician aun doliendo fuerte. El único lugar.

La vida que se agota

Bello durmiente, descansa al sol

En marzo, a mi gato le quedaban tres vidas. Estamos en septiembre, solo le queda una y ya se le está acabando. Duerme todo el día sobre la cama y la respiración es aún más queda que de costumbre. Regula las pocas energías que le quedan para saltar convincentemente desde la cama al suelo y maullar en un gritito extraño por algo de comida. Ahora solo pide una vez al día.

Las últimas veces le veía extraño y sentía como si cometiera una especie de proeza al saltar; con gran dignidad retomaba el equilibrio al escurrirse sobre la imitación de madera del suelo, me recordaba a alguien mayor que disimula cuando pierde el equilibrio, cuando hace un escfuerzo que le supera pero que hace como si no fuera con él la edad. Y es que Blanquito tiene casi trece años.

Y es que fue en 2005 cuando vino de Lisboa, cuando le trajimos en avión desde el bairro de Graça. Este gato alfacinha ha vivido muchas vidas, y yo con él las he vivido todas. Siento que con él se irá gran parte de mi vida, me pregunto si habrá algún secreto que sólo conocemos los dos y pienso si aún nos dará tiempo a vivir alguna aventura que solo conozcamos él y yo. De momento, en la habitación estamos solos, compartirmos cama durante todo el día y tengo instalada en casa una repentina habitación de hospital con una bolsa de suero colgada de una percha.

 

Hacer brotar de mí un alba*

 

*Extracto de un verso de Walt Whitman en «Canto de mí mismo»

Walt Whitman nunca fue de mis preferidos, le tenía manía antes inluso de haberlo leído (sí, se llama prejuicio, y «preconceito» en mi amado portugués). Pero quiera la vida ponérmelo delante otra vez, ya lo hizo de forma indirecta pero constante en unos versos que me vienen a la cabeza, precisamente, en la voz un tanto rota de Patxi Andión en «Poetas en Nueva York», recogiendo y pautando en arreglos musicales esos versos que Lorca quiso expresamente dedicarle al viejo poeta; de ellos hay tres que tantas veces me han rondado. Y que ahora convierto en cuatro y me adquiere una dimensión más completa, si cabe. Porque a mí, estos versos, esta música, puedo decir que me completan.

 

«(…) Y hay cuerpos que no deben repetirse en la aurora…

Puede el hombre si quiere conducir su deseo

por vena de coral o celeste desnudo

mañana los amores serán rocas

y el tiempo una brisa que viene dormida por las ramas.

Por eso no levanto mi voz, viejo Walt Whitman,

contra el niño que escribe nombre de niña en su almohada. (…)»

Extracto de la «Oda a Walt Whitman»,
«Poeta en Nueva York»,
Federico García Lorca,
1929-1930.

 

Y quiere ahora mostrármelo a través de una carta misteriosa que recibo con el libro en su interior. (Gracias, adoro el correo, sigo siendo una romántica, aún escribo cartas, y postales, y envío cosas en sobres a personas a las que quiero, y, a veces, a algún que otro desconocido.)

Deslumbrante y tremendo, ¡qué pronto me mataría con el alba
si no pudiera ahora y siempre hacer brotar de mí un alba!

También nosotros ascendemos deslumbrantes y formidables como el sol, nosotros hemos encontrado lo nuestro, oh alma mía, en la calma y el frescor del día que rompe.

Mi voz persigue lo que mis ojos no pueden alcanzar, con la vibración de mi lengua abarco mundos y volúmenes de mundos.

La palabra es el gemelo de mi visión, es incapaz de medirse a sí misma,
me provoca por siempre, dice sarcásticamente: Walt, contienes suficiente, ¿por qué no dejas salir todo esto fuera de ti?

 

«Canto de mí mismo», extracto del cántico 25,
Walt Whitman, 1855.
Edita: Edaf, 2012

 

He hecho un paréntesis para buscar el disco, este sí, de los que he hecho sonar una y otra vez, y al no encontrarlo (necesito esos acordes de vuelta en mi vida) he acabado poniendo de fondo a Tete Montoliú en una maravillosa recopilación de «Temas brasileños» que con solo comenzar a sonar los primeros punteos de piano de «Orfeo Negro» he notado el calor y la paz de espíritu que necesitaba.


Y me he dado cuenta de que estos día me falta música, a estos días les está faltando música, la que suena en mi cabeza y en mis altavoces y la que está escrita en tantos libros. A estos días les falta la música en mi cuerpo, y por eso me paro y bailo con Lorca y con Whitman y con Montoliú y Vinícius y me perdono hoy a mí misma que no aparezcan mujeres en este texto, yo que iba a sentarme a escribir sobre «Luciérnagas» de Ana María Matute, novela que leí este verano y que me dejó un aliento leve o una falta de aliento. Yo que hoy me disponía a ojear «La Señora Dalloway» de Virginia Wolf y a comenzar la antología de cuentos de Matute: «Cuentos de la puerta de la luna».  Y entonces el loop de la Oda cantada se rompe y aparece Cohen con «Take this Walz».

Triste, rabiosa a un tiempo, anonadada y un tanto «revoltada», tanto abanderado está pudiendo con mi estómago, me prometo a mí misma no olvidarme de la música ni de probar con Walt Whitman, no olvidar mis paseos a la biblioteca en incursiones emocionantes y fructíferas, no dejar de regalar libros. No dejar de escribir. Escribir, mover el pie al ritmo del piano de Tete Montoliú. Orfeo Negro, Vinícius. Escribir. La chica de Ipanema, Escibir. Jobim, escribir. Escribir, Cohen, Escribir:

Hallelujah

Terapia de barrio

Octubre

 

Hoy he caminado, he mirado a la gente, me he visto a mí misma.  He conocido a un grupo de mujeres en un taller de barrio. He ido a la primera clase de un taller de barrio con otras mujeres. Me he visto a mí misma sonriendo llena de ganas con la vuelta al cole.

Esta vuelta a la «normalidad» está siendo un poco atípica, hace calor, los ánimos más que acalorados, la tensión que se mastica, se lee, se siente, se escucha, la rabia que sube por la tripa. La cabeza asimilando los agradecidos y esperados cambios y eso que no parece moverse por más que empujas. Mis ganas eternas de huir de Madrid, escapar, para luego mirar desde fuera y amar un poco más esta ciudad.

Me he tomado una infusión verde que sabía a menta y que podía ser un té moruno, pero «de bote», y me encanta la palabra moruno, y me encanta decirle a Blanquito, mi compañero de piso gato, que vive como un rey moro.

En mi mente me he ido relatando mi paseo, me he maravillado con la sencillez de la calle, me he alegrado de cruzarme con la gente, repetía mentalmente lo que veía como contándoselo a alguien. Dejando que mi mente fuera construyendo el relato que ahora desaparece tragado por el cansancio.

Calor y calle, terapia de barrio.

*Foto: Composición con fruta e imagen del calendario de nosaltres

La vida no se domestica. Carta de amor a Bohumil Hrabal*

HrabalenKersko

Hrabal es la niñez y la locura, un no contentarse con la asunción de la pérdida y transitar la búsqueda constante. Y es que la vida no se deja domesticar por más que nos empeñemos. La vida como ese bosque de Kersko donde se pierde, volviendo una y otra vez a los mismos lugares, los que hace suyos, y al que regresa después de los años para quedarse: él siempre vuelve, aunque quizá nunca se haya ido. Buscó en Praga y en los alrededores del Moldava, en el agua de aquellos ríos suyos, en los árboles, y en los desperdicios: pero es en él donde se encuentran los elementos y él los reproduce con sus gestos y manías y los declara sagrados en su(s) escritura(s).

Rodea, una vez y otra, los mismos temas, las mismas angustias, las obsesiones y dolores, los recuerdos, agolpados, se alimentan, y de recuerdo pasan a vivencia del presente, que elabora con cada frase y con cada golpear de la máquina. La máquina de escribir a la que se aferra, como a todas las otras máquinas que le fascinaron, y que protagonizaron su adoración por los oficios a las que iban ligadas. El tren, el cambio de agujas, el control del paso por las estaciones; la prensa de papel; su trabajo de obrero en una metalúrgica.

Leer a Hrabal es un reencuentro. Una locura que constata que estamos vivos, que la extrañeza de la vida y que la basura y las inmundicias pueden formar parte de la más bella obra de arte. Las palabras como manos que te recogen y como regazo que te sostiene. Como murmullo sordo que traen la existencia y la colocan delante de tus narices. Pipsi o el amor en unos pies. La soledad: un lugar con demasiado ruido. La niñez como sustituto de la vida. Un adulto que necesita estar en contacto con el agua y el sol, ebrio de vida, ebrio de tabernas y cerveza.

Trenes rigurosamente vigilados… el aperitivo: las estaciones de tren, el paso a la edad adulta; Tierno Bárbaro: un homenaje espléndido a su amigo, pintor y poeta Vladimir Boudnik; Una soledad demasiado ruidosa, de nuevo el deleite: una encendida profesión de amor a la literatura y al libro como objeto; Bodas en casa, el culmen: una especie de biografía novelada donde sus obsesiones, manías, reaparecen en estado de gracia. Clases de baile para mayores, aunque más reposado, atrapa y condensa al Hrabal más histriónico y parlanchín. Entre Una Soledad… y Bodas… leí la biografía de Mónica Zgustová (su traductora y biógrafa): Los frutos amargos del jardín de las delicias para acercarme aún más al universo hrabaliano desde otra mirada, aunque cercana, y que acaba siendo una mímesis deliciosa con el autor y el personaje y su forma de expresarse. Disfruté de la lectura, me la bebí, me mimeticé. Aún resuena la sonoridad de los nombres checos: calles, tabernas, ríos, caminos, bosques, amigos.

No sé decir qué ha cambiado en mí o si ha cambiado algo tras leer a Hrabal. Sí puedo decir que me ha proporcionado un gran disfrute: su tono, sus neuras y, sobre todo su espíritu conectado a la pulsión de vivir. Mientras escribo, rememoro, y voy entrando de nuevo en el universo Hrabal, primero de puntillas, y de golpe, estoy otra vez en la linde del río. Bienvenidos a la otra orilla.

***

*Bohumil Hrabal, celebrado escritor checo que vivió en Praga momentos cruciales en la historia del siglo XX, que bebió las glorias del reconocimiento y el dolor y el miedo del olvido y la censura; que se acercó al caos y relató la extravagancia de lo cotidiano, lo absurdo, la inmundicia. Que conoció la floreciente vida cultural praguense, la invasión alemana durante la Segunda Guerra Mundial, la Guerra Fría, la Primavera de Praga, la ocupación rusa.

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Mural de Táňa (Tatiana) Svatošová (1999). Fuente de la imagen: https://writelephant.com/2016/05/28/hrabal-medicine/

Diccionario mágico infantil en seis lenguas

Y su filtro encantado.

La última vez que estuve en casa de mis padres me llevé un botín-secreto. Un libro de la infancia que recuerdo emocionante. Acercabas al papel un filtro de plástico rojo y, por un juego de ocultación/revelación, las letras, formando una palabra, aparecían como por encanto y misterio desvelado.

Claro, eso ocurría cuando ya no podías esperar más. Primero era el intento de descifrar lo que ponía entrecerrando los ojos, mirando de medio lado, acercándote mucho, alejándote… Luego leías la definición, que para eso era un diccionario, e intentabas cuadrarla con lo que creías intuir en el recuadro. La ilustración, bastante explícita, también ayudaba. Junto a cada recuadro, un círculo de color te daba una pista de las lenguas en que estaba escrita la solución: verde, para el catalán, amarillo, para el euskera, azul ultramar, para el gallego, rojo inglés, para el inglés y azul celeste, para el francés.

¿Qué por qué recuerdo con tanto detalle cómo me acercaba al diccionario por aquel entonces? Porque es exactamente lo mismo que hice la primera vez que lo volví a tener delante y porque aún lo sigo haciendo cada vez que lo abro. La misma emoción.

Donde todo reside. Aquí, en los libros.

Postdata: Os dejo con un par de adivinanzas:

«El cielo está nublado. De pronto cae agua de las nubes. Es la…»

«Extensión de tierra rodeada de agua por todas partes. A veces está habitada, otras está desierta. Es la…»

Postdata para la familia: Para mis padres, que me proporcionaron todos esos libros, para mis hermanas, que además me dejaron leer libros para mayores y para mi hermano, que es con quien jugaba: Gracias.

 

DiccionarioMagicoInfantilEnSeisLenguasPortada

Ancas, pescoço… e tornozelos

 

Lisboa. 2011. Bairro Alto. Me voy al Frágil con un amigo de mi amiga. Tomamos cervezas. Me presenta aquí y allá. Le conoce todo el mundo.

La española acaba de llegar y hay que pasearla e introducirla en los círculos. Al menos por esa noche. La española sonríe, aún no comprende bien cada palabra y la noche no ayuda. Hay mucho barullo, la música está alta y no apetece ponerse a vocalizar para que te entienda una española que sólo sabe sonreir y chapurrear alguna que otra cosa en portugués, con acento marcado castellano. A la española tampoco le apetece gritar en un portugués chapucero.

El portugués bebe cerveza, una superbock detrás de otra, la española va más despacio. Cuando se cansa de aquel ambiente fiestero feliz, que es después de dos superbock, dice que se va. El portugués intenta retenerla, luego decide acompañarla, y de camino a casa le dice que adora sus «ancas» y que por favor le deje darle un beso en el «pescoço». Sólo uno. La española, que no puede contener la risa, intenta explicarle que «ancas» en español son las de las ranas y que «pescoço» es algo así como un término demasiado animalesco para resultar romántico o erótico o insinuante.

Superadas las diferencias idiomáticas, la noche acaba con la española en su habitación, sola, y el portugués sentado junto al portal en el escalón que da a la calle, esperando, por si la española se sintiera insomne y saliera a fumar y en un ataque de sensualidad decidiera entonces convertir las ancas en voluptuosas caderas y el pescoço en sugerente cuello.

 

Lisboa11

¿Es posible elegir sin renunciar?*

ESposibleelegirsinrenunciar(pregunta)

*Interior del libro de Juanan Requena:

«Al borde de todo mapa» . (Ediciones Anómalas, 2016). 

He tratado de captar una imagen lo más fiel posible a la edición.

Vuelve a empezar

VuelveaEmpezar

Fotografía y composición de Aurora Feijoo.

Pinza de Juanan Requena, de su proyecto y exposición itinerante Entre fuga y regreso, que recaló en marzo de 2015 en Madrid.

Pluma de vuelo libre. Origen desconocido. Probablemente rescatada tal día como hoy entre los objetos abandonados por las calles en la recogida del rastro de Madrid.

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