«¿Sabéis una cosa? Yo soñaba con ser loca, grandiosamente loca, como un rayo.
Mi tara, que es hereditaria, me lo ha impedido.
Ellos, que tienen la suerte de ser locos inmunes a la tara hereditaria, no lo reconocen».
L’angelo custode. Fleur Jaeggy. 1971.
Con 21 años, mi pareja de aquel entonces me compadecía cuando tenía la regla y, para compensar tamaño sufrimiento, trataba de mostrarse más cariñoso. La primera vez que puso voz tierna y me abrazó porque estaba menstruando, noté que me perdía algo importante y no sabía bien qué era. «No me pasa nada, no estoy enferma», era mi respuesta.
Qué felicidad la de aquella época en la que mi cuerpo no se manifestaba como lo hace ahora, aproximadamente desde los 30 y hasta los 42 que he cumplido. Eso, cuando empecé a ser consciente. Yo creo que el alien que se adueña de mí me atormenta desde antes. Y, pensándolo ahora, los Síndromes Pre-Menstruales y Menstruales ajenos que hacían que yo recibiera abrazos compasivos, ¿cómo habrían sido? ¿Tan acusados como el que ahora llevo dentro, como un tornado que se revuelve en mi estómago, una bola a punto de estallar en los ovarios, y otra en la garganta?
La de los ovarios es fácil de determinar, es un dolor que tarde o temprano estalla en sangre, visible, tangible, roja, que recogemos (y ocultamos) de la mejor manera que se nos ocurre. El otro, el de la garganta, es más complicado. Es como un hilo que nace en el útero, pasa por la tripa y acaba en la garganta, donde molesta mucho, y desde donde empuja a gritar para hacerlo más leve. Es una mezcla de angustia, de rabia y de fin del mundo. Me pregunto si será la creatividad que llevamos en nuestro útero inconcluso, que sube cuerpo arriba y que se queda en la garganta hasta que le demos salida.
«Esos días» de mierda en que aprieto la boca y callo, en que cualquier acontecimiento nimio adolece de crisis existencial y durante los cuales la vida parece carecer, casi casi, de sentido. El mejor momento es en el que miro el calendario de esa app del teléfono que memoriza y me recuerda la duración y momentos cumbre de mi ciclo. Es un alivio comprobar que el negro que me rodea en realidad debería ser rojo, rojo sangre. Y entonces, llegado el momento, la naturaleza explota, y el animal va calmando, y la rabia va desapareciendo, y las emociones van fluyendo, y la vida se descomplica, y todo sucede al ritmo que fluye en mí y a partir de mí, desde dentro de mí, el color rojo.
Para escribir estas líneas he aprovechado la rabia que tengo en la garganta y la bola que ha estallado en mi útero, además de recordar y releer algunas de las líneas de las muchas conversaciones sobre el «monstruo» y el «pre-monstruo», (esta denominación creo debérsela a Muñeca Rota), el SPM, las vulvas, los ovarios, de lo que fluye, de la pulsión y la expulsión y la explosión creativa, de la caverna, de los llantos, de los vaivenes emocionales; de lo inconsciente, el dolor y el miedo (…).
(Continuará).