Un pequeño apunte para recordar las mujeres y lecturas que inspiran mi vida durante estos días.
Recién terminé ayer Llamada Perdida de Gabriela Wiener. Me ha dejado un gusto a vida, así de sencillo. He disfrutado leyendo cómo habla de Corín Tellado, y como habla con Corín Tellado. Y de Isabel Allende, y con Isabel Allende. Que no será casualidad que haya elegido a estas dos señoras (yo tampoco quiero ser un señora, Wiener) para protagonizar unas cuantas páginas de su libro. Quizá las circunstancias de la vida la pusieron delante de esas dos grandes mujeres creadoras de bestsellers (aunque no solo), pero ella ha elegido que aparezcan en su libro y le ha dedicado un capítulo a sendas mujeres, sendas fuerzas, escribiendo sendas defensas -nada edulcoradas- de figuras femeninas pioneras, valientes y… escritoras. Compartiendo con ellas, creo, ese convencimiento de que la vida no hay que tomársela tan en serio como la literatura.
He saboreado las historias de su vida, la de Wiener, de su llegada a Barcelona, de sus desvaríos y el acercamiento a su propia muerte, de las lecturas «peligrosas» que aparecen debajo de la cama de su hija Lena, de su embarazo, sus trabajos, sus fobias, sus filias. Pero, sobre todo, sus conversaciones internas, sus dudas, sus temores y avances, su curiosidad certera y sus obsesiones con el cuerpo. Y, llegada a este punto, reconozco estar mezclando mis sensaciones durante la lectura de Llamada Perdida con la de Nueve Lunas, que empecé inmediatamente después, sin respiro, y que he dejado en Abril, el capítulo 5. También mezclo sensaciones fruto de haber leído su breve Kit de supervivencia para el fin del mundo.
Ejercicios para el endurecimento del espíritu es otro de sus libros -esta vez, de poemas- que voy degustando poquito a poco.
A mí también me importa más el desaparecimiento que la muerte. A mí tambien me asusta la nada, y no dejar nada a mi paso, más que la muerte. A mí me atemoriza irme como he venido. Valgan estas letras como desquite.
Estoy enganchada a la literatura de la Wiener.
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