
Sigo con la intensidad. La vida se compone de tantas cosas y yo he elegido lo intenso, el drama. Y no es que no me guste, si lo he elegido yo. Y me comprometo, sí, con mi propio drama, y lo acepto, y sufro (hasta con gusto y todo, a veces). En eso estamos muy entrenadas las mujeres, en esa casi obligación de sufrir por todo, por todos, por lo que sí y por lo que no, por amor, por desamor, por lo que nos llena y por lo que nos vacía. Por el cuerpo, por la ausencia de cuerpo. Haya sol o lluvia.
Solo que el cuerpo no siempre sostiene, aunque siempre está aquí para hacerlo, mejor o peor. Me corrijo. El cuerpo sostiene todo lo demás, aunque no siempre logra sostenerse él mismo. El dolor viene como un tentáculo que no localiza la punzada en un lugar exacto. Aunque sí, sí la localiza. Pero cuando crees que la tienes controlada, que tus movimientos pueden adaptarse a ese puñal que se te clava ahí, sí, justo ahí, otra cosa que es como pegajosa se extiende a través de la savia del cuerpo y ya no la puedes controlar. Los músculos están flojos, la cabeza espesa, el corazón late alocado sin saber dónde llega aquello que tenga que nutrir. ¿Es la sangre que se rebela? ¿Es que tiene algo que decirme, mi sangre? ¿No le basta con aparecer sangrante y recordarme que soy sangre, que vengo de la sangre, y que mi útero sangra en ritual cíclico, que aparece y desaparece mi sangre como las lunas?
Soy mujer, sí, me digo, y ya no puedo hacer nada. Ya no quiero hacer nada. No sé que hubiera elegido de haber podido escoger. Ahora soy lo que ya soy. Soy mujer, útero, luna.
Cuerpo
Las emociones van disparadas, en una de las respiraciones sientes paz, en la siguiente pánico, aparece la flojera, el latido, el calor. Hay una parte de ti que se rebela, que continúa viviendo, latiendo y doliendo sin tu permiso.
«Déjala doler. Si te da placer.» dice António Variações. Y voy a hacerle caso.
Porque luchar contra el dolor acogota, duele más. Tensa, extenúa, provoca el llanto. Interno, muy dentro. Dejarte llevar en el llanto con lágrima: un alivio.
Quiero entregarme al dolor.
Quisiera ser capaz de diferenciar, de localizar, saber separar dónde está el dolor físico, dónde el emocional. Ayer escuché a Marta Sanz hablar de dolor social. Hay tantos dolores entremezclados. Y ¿es mi misión salvar el dolor? ¿Salvarme yo? ¿Separar dolores? Misión, desde luego, de toda una vida.
Pasado
Hay que honrar el pasado, que aún no sé si lo elegimos o no, pero sí que, hasta donde yo alcanzo, este nos conforma. Y a lo largo de la vida vamos conformando el pasado a nuestro gusto, también. Reinterpretando, entendiendo, colocando, uniendo puntos, atando cabos. Estamos hechas de memoria.
Así que aquí sigo, con mi particular noche de ánimas extendida, como si fuera un gran puente que une los dos mundos, y que continúa días después de la celebración en el calendario.
Llegada aquí, necesito honrar a la número uno, porque ella lo fue para yo poder ser la número seis. Toda la vida fui la cinco, hasta un día de la cuarentena, gracias a una concha que indicaba mi lugar en la descendencia, el mar, Sant Iago, la piedra, mi padre, mi madre y la vida, me colocaron donde me corresponde. Y fue el día en que asumí mi lugar en la saga, y ese lugar, el sexto.
Sospeché durante mucho tiempo que mi vida era regalada. Es decir, que estaba ahí por casualidad (realmente, como todos los seres, por azar), y también por desgracia. Pero una desgracia muy concreta. Mi existencia siempre fue unida a la sospecha de pertenecer a medias a esta vida, la sensación de estar de prestado, imaginar: si mi existencia estaba ligada a la existencia de la primera hija. ¿Cómo hubiera nacido yo si ella no hubiera muerto? ¿Hubiera existido mi nacimiento sin aquella primera muerte?
Duele, sí. Como duele vivir.
Pero el dolor hay que abrazarlo, dejar que llegue, nada podemos hacer. Asumiéndonos es como podemos transitar con más soltura estos mundos. Y, quizá, también podamos transitar con mayor soltura entre los dos mundo. Este, de los vivos, y, aquel, de los muertos.