Y su filtro encantado.
La última vez que estuve en casa de mis padres me llevé un botín-secreto. Un libro de la infancia que recuerdo emocionante. Acercabas al papel un filtro de plástico rojo y, por un juego de ocultación/revelación, las letras, formando una palabra, aparecían como por encanto y misterio desvelado.
Claro, eso ocurría cuando ya no podías esperar más. Primero era el intento de descifrar lo que ponía entrecerrando los ojos, mirando de medio lado, acercándote mucho, alejándote… Luego leías la definición, que para eso era un diccionario, e intentabas cuadrarla con lo que creías intuir en el recuadro. La ilustración, bastante explícita, también ayudaba. Junto a cada recuadro, un círculo de color te daba una pista de las lenguas en que estaba escrita la solución: verde, para el catalán, amarillo, para el euskera, azul ultramar, para el gallego, rojo inglés, para el inglés y azul celeste, para el francés.
¿Qué por qué recuerdo con tanto detalle cómo me acercaba al diccionario por aquel entonces? Porque es exactamente lo mismo que hice la primera vez que lo volví a tener delante y porque aún lo sigo haciendo cada vez que lo abro. La misma emoción.
Donde todo reside. Aquí, en los libros.
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Postdata: Os dejo con un par de adivinanzas:
«El cielo está nublado. De pronto cae agua de las nubes. Es la…»
«Extensión de tierra rodeada de agua por todas partes. A veces está habitada, otras está desierta. Es la…»
Postdata para la familia: Para mis padres, que me proporcionaron todos esos libros, para mis hermanas, que además me dejaron leer libros para mayores y para mi hermano, que es con quien jugaba: Gracias.